El IV Festival Contemporáneo presenta el concierto de Cantando Admont, un conjunto austriaco dedicado a la música vocal desde la Edad Media hasta la actualidad. Su misión: revitalizar la música contemporánea y el rico repertorio antiguo. El programa que proponen para este concierto incluye obras desde el siglo XIV hasta la actualidad, con el estreno de un autor canario.
Podemos rastrear la preocupación por el canto desde el origen de la cultura occidental, ya sea en la mitología (el canto poderoso de las sirenas, por ejemplo) o en la religión (cantar era una forma de acercarse, o incluso calmar, a los dioses). De alguna forma, se pensaba que el canto tenía algo de primigenio: la vida empieza con un primer canto, un bramido del bebé que respira; el día comienza con un gallo que arranca las primeras luces. Varias de las teorías del origen del habla humana indican que, primero, cantamos, y poco a poco fuimos perdiendo el carácter melódico, aunque aún se siente en algunos acentos. asunto, entonces, es que parece que llevamos cantando desde siempre. Aunque cantemos mucho (en la ducha, en el coche, en los karaokes…), ¿Cómo se canta? ¿A quién se canta? ¿Por qué se canta? En gran medida, hemos heredado un ideal de canto establecido entre los siglos XVIII y XIX, donde prima lo virtuosístico, lo ornamentado y lo potente (pues había que superar el volumen de una orquesta sinfónica). Este concierto ofrece una panorámica hacia detrás y hacia delante sobre otros modos, acaso alternativos, de canto. Hacia detrás con el trabajo de la disonancia como herramienta expresiva, como la duda sobre la salvación (Prophetiae Sibyllarum) o el dolor (De ma doleur). Son temas que nos siguen atravesando y para los que parece que siempre nuestras formas cotidianas de expresión se quedan cortas: quizá, por eso, sólo nos queda cantarlos. La panorámica hacia adelante explora el cruce entre lenguajes aparentemente alejados –en concreto, el motete y el flamenco– (Lamentos de un alma herida), el potencial de la fonética (Salle cinq), mostrando cómo un texto puede ser expresivo sin significado determinado precisamente porque se canta, igual que nos fascinan los pájaros, que desearíamos entender. También aparece el canto coreano (Ma-am), que es pausado, respirado, íntimo (no en vano el texto comienza diciendo “Quiero arrancarme el corazón/para que se convierta en la luna, allá arriba”) y que nos permite preguntarnos por los límites de la escucha y la técnica occidental, acotada a ciertas expectativas sobre lo que puede una voz. Asimismo, también se tantean los gestos periféricos de la voz, muchas veces reprimidos (Tangled Dew) en las artes y en la vida: el gemido, la respiración, el grito.